domingo, 12 de diciembre de 2021

Cada año tiene su propia enseñanza

Suelo recordar cada año como el de esto o aquello, evocando algo que pasó, una lección que aprendí, una alegría relevante, o alguna decisión personal que me marcó. En consecuencia, cada año tiene su propia personalidad.

Soy una persona feliz y positiva, por eso cuando acontecen infortunios los pienso como oportunidades para aprender y crecer. Ahora bien, cuando las cosas pasan, el alma sufre, el cuerpo se contractura y sentimos ansiedad, pero siempre, siempre, debemos continuar. 

Las lecciones de cada año suelen darse semestralmente, antes y después de mi cumpleaños, que al ser en julio marca dos periodos de enseñanzas distintas.

Por ejemplo:
-El 1977 fue en el que nací
-El 1980 cuando hice de bailar mi forma de expresarme
-El 1995 en el que encausé mi profesión
-El 1999 cuando el periodismo cultural y un voluntariado con personas seropositivas en fase terminal me enseñaron otra forma de ver la vida
-El 2000 cuando me atreví a soñar con la existencia del cine costarricense
-El 2006 cuando al casarme pensé entrar a la vida seria y adquirí fruto de mi trabajo mi casa hasta hoy en día
-El 2009 cuando conocí la mayor traición posible y en vez de convertirme en madre como estaba planificado, pues me divorcié
-El 2010 el despertar de una nueva conciencia como alma libre, fue entonces que entendí la danza como estilo de vida y además me fui a Europa a sanar, y ver arte y amigos, lo cual siempre me recarga
-El 2013 cuando papi tuvo un internamiento y me replantée hasta la fecha mis prioridades
-El 2014 tuve la bendición de celebrar la navidad de muchas formas distintas, en CR festejando el nacimiento del niño Dios, en Cataluña el Tió, en Andalucia Reyes y en Italia la Befana (bruja)
-El 2015 experimenté el desprendimiento, habiéndome sido robado mi primer vehículo nuevo
-El 2016 cerré mi ciclo en una agencia donde formé mis bases de estratega por una década, ese año también mami sobrevivió la H1N1, y como un gato usó la primera de todas sus vidas
-En el 2017 subí al cuarto piso y lo celebré con cuatro fiestas y cuatro viajes
-En el 2018 me fui a India a descubrir todo mi potencial, y conectar con una cultura, que me ha generado muchas alegrías
-En el 2019 mami sobrevivió por segunda vez un susto mayúsculo, en la segunda parte de ese año asumí la Dirección de Comunicación más retadora imaginable, la de Casa Presidencial
-En el 2020 me eché la comunicación de una pandemia a mis espaldas, con jornadas 7 días a la semana por varios meses, manifestaciones y demás vicisitudes propias del entorno político
-En el 2021 quien ocupó mi apoyo fue papi, y pese a que por protocolos pandémicos ni salía de la casa, nos volvimos clientes frecuentes del hospital, y con ello tocó afrontar los miedos de todo tipo 

Cuando veo en retrospectiva las lecciones del 2021, pienso en la gran flexibilidad que me exigió, inicié sosteniéndome con mis ahorros hasta llegar a un diagnóstico certero y consecuente atención, luego se me abrieron puertas profesionales donde pude dar lo mejor de mí, liderar un equipo donde sentí un apoyo incondicional, trabajar para una empresa única en su humanidad, tener la flexibilidad suficiente para volverme cliente frecuente de un hospital durante nueve meses de tratamiento, conocer con quién podía contar y despedirme de muchos amigos que habían sido muy importantes en otras etapas pero en esta no supieron estar. A su vez, redescubrí otros amigos que me han sostenido, y a quienes también he apoyado en sus circunstancias.  

Lo más importante sin duda es que el 2021 ha sido el año de mayor unión familiar, donde los tres mosqueteros nos hemos sostenido y superado cualquier situación que nos presente la vida.

El próximo año plantea nuevos retos, como buscar un nuevo trabajo, y seguir apoyando a mi familia, mediante mi compañía. Quizás haya oportunidad de volver a viajar, sin duda llegará un trabajo en que me realizaré, y seguiré rodeando de los afectos, esos amigos que me recargan, a quienes sostengo y me sostienen. 

Las líneas que les comparto las escribo un domingo, y hasta este fin de semana me comí mi primer tamal, además caí en cuentas lo avanzado que iba el mes y no había alcanzado a decorar mi casa, lo cual ya no haré, sin embargo sí quise colocar un par de pasitos muy significativos, que puse en mi hogar para abrir el corazón a la esperanza.

¿Qué deparará el 2022?, aún no lo sé, solo pienso que será un buen año, como en alguna medida, también lo fue este, porque aprendí, crecí y me levanté cada día con ilusión y ganas de luchar. 


domingo, 10 de octubre de 2021

5 hábitos personales para mi Salud Mental

Hoy leí que es el Día de la Salud Mental y me puse a reflexionar por lo lastimada que está la de todos tras 19 meses de pandemia.

Sí bien traíamos una salud mental deteriorada, por las demandas de estos tiempos, lo acontecido en los últimos meses ha servido de acelerador en procesos que ya traíamos. Ansiedad, depresión, estrés y tantos males mentales han encontrado cabida.

Escribo esta entrada al blog para invitarlos a que reflexionen sobre sus hábitos y qué  hacen por  su salud mental. Empiezo yo.

Danza

A mis 3 años empecé a practicar danza, y si bien nunca me he dedicado a ello, sí he hecho del movimiento pieza fundamental en ese rompecabezas que complementa mi salud mental. Es curioso que esto que tanto disfruto en ocasiones me ha llegado a causar estrés, pues claro, cuando perdemos el propósito se pierde el resultado esperado. Por lo anterior siempre me aseguro de que los procesos concernientes a la danza sumen al bienestar, y es allí donde no me afano por la perfección ni que se torne en obligación. 

Bailar semanalmente es para mi como respirar, pero nunca puede ser por competencia, para lucirme en una presentación o por obligación, cuando dejo de disfrutarlo, entiendo que no se está cumpliendo el propósito y migro a otra danza, o pongo límites que me permitan el balance que me haga sentir en bienestar. Actualmente procuro bailar tres veces por semana, he tenido épocas de hacerlo diario.

Yoga y meditación 

Estas prácticas de bienestar de origen hinduista, son lo que en mi cultura entendemos como “estate quieto”. En dos platos, me obligan a bajar revoluciones y procuro hacerlo al menos un par de veces por semana. Encontrar un buen maestro es clave, y poner nuestros propios límites también, en el tanto son prácticas que en su esencia son buenas, en la medida que no pierdan su esencia, la cual es precisamente conocer nuestros propios límites y reconocer que no somos iguales y a cada quien se le facilitan o dificultan fases, indistintamente género, edad y contextura. 

Lo más valioso de este hábito, es que la mente es la protagonista, tanto en el caso del yoga como de la meditación. 

Afectos

Crecí sola por ser hija única, vivo sola por ser divorciada y sin hijos, y trabajo sola, por hacer teletrabajo; así que el compartir diario con mis afectos se ha vuelto esencial. Hace un par de años me dedicaba más a los amigos, eran muchos y yo callejera, así que siempre tenía plan. Estos tiempos en que se nos insta a estar en burbuja, modificaron esteárica práctica.

A quienes elijo ver los selecciono considerando sus hábitos en pandemia, que vayamos a compartir tiempo de calidad y que me hayan hecho falta y a la inversa, en el 2020 en que no vi a nadie más que mis papás. Las personas van y vienen en nuestras vidas, los caminos se acercan o no conforme a los intereses y procesos de vida, sin embargo esos que llamo “afectos cercanísimos” son a quienes sé incondicionales en las buenas y en las malas, con quienes puedo reír, pero también llorar, y que en el 2021 me han acompañado a llevar la incertidumbre este año en particular en que la vida me movió el piso, quienes han preguntado y sido empáticos con mis emociones. 

Espiritualidad

En este apartado no me refiero a religión, pues el concepto espiritualidad lo considero más amplio y preciso. Nuestras creencias y valores representan un sentir, y es así como la paz la encontramos tanto en el término  hinduista “Ahimsa” (no violencia) como en el acto católico “dar la paz”.

Sobre espiritualidad no me extenderé pues es muy  personal, pero ya me habrán escuchado en múltiples ocasiones mencionar a mi Virgen de la Medalla Milagrosa, y también a rituales anuales como el Holi, el Diwali y Navidad, y compone ese sincretismo espiritual, que solo yo me entiendo.

Productividad 

Mi necesidad de sentirme productiva y la pasión por mi profesión, pueden ser tanto gratificantes como autodestructivas. No pocas veces mis jefes me ha dicho que doy más de lo que esperan, y claro, me encanta me lo digan, pero hacer de esto un hábito e irrespetar horarios personales de descanso, alimentación, formación o entretenimiento, hacen indispensable que el balance exista.

Dejo acá cinco reflexiones sobre las prácticas que componen mi bienestar y agregan a mi salud mental. No creo haber sido exhaustiva, porque sin duda hay muchos más hábitos que no mencioné, pero ahora te pregunto a vos ¿qué hacés por tu salud mental? 

Te leo…

viernes, 2 de julio de 2021

El dilema de vincularse entre distintas generaciones mediante la docencia

Mi generación, la X, suele estigmatizar a las posteriores por hábitos y preferencias.  No pocas veces he escuchado a mis contemporáneos referirse con desdén sobre millenials y centennials. Pienso que esto siempre ha ocurrido, y claro, cada generación tiene conductas que asume como las correctas y le cuesta comprender por qué otras generaciones no las practican.

Lejos de calificar, o descalificar, cómo es cada generación, mi reto como comunicadora concierne a que aquellas estrategias para marcas, campañas, y demás propias de mi oficio, se segmenten de forma adecuada y lleguen con ideas válidas, eficaces y resultado del conocimiento sobre ese segmento de mercado al que está apuntando la táctica que concebimos.

El ejercicio profesional como docente quizás ha sido lo que siempre me ha sacado de la zona de confort, pues más allá de una marca con sus valores y necesidades, es mi propia marca personal la que se ve expuesta. Sí, y con ello se descubren brechas tecnológicas y de conocimiento sobre lo que esa generación demanda.

Saber cómo esa audiencia concibe el mundo se torna vital para ser asertiva en mi comunicación hacia dichos estudiantes. Curiosamente mi primera experiencia como docente fue en maestría, hace aproximadamente doce años. En esa ocasión mis alumnos tenían mi edad o más que ella, pues mi reciente graduación de postgrado me calificaba como docente, pero a la vez me enfrentaba a esa validación, no del poder real, sino del poder legítimo.

Tan gratificante fue la experiencia que continué enseñando. Años después tuve la oportunidad de dar licenciatura, nuevamente sentí en mis estudiantes el respeto ante alguien que conoce lo suficiente para pararse al frente y enseñarles.

Pasaron los años y no volví a ejercer la docencia, mi tiempo era limitado.  Cuando volví a tener la disponibilidad, volví a ejercer el rol, finalmente en mi alma mater; pero esta vez la experiencia fue distinta, encontré chicos inconformes con la vida, frustrados de tener que estudiar una licenciatura por no poder conseguir el empleo de sus vidas recién graduados de la Universidad más prestigiosa del país. Tan dispersos e indiferentes eran aquellos estudiantes, que me dije, “tenían que ser millenials”, y sí, caí en el error de estigmatizar y pensar que quizás lo mío no era más la docencia. Les parecía fea una aula con tecnología y mobiliario de primera, claro, no habían vivido las limitaciones de mi generación. Exigían presentaciones cada vez más dinámicas, diseños únicos y un derroche de recursos que ilustraran sus expectativas y que jamás iba a satisfacer. Para aquellos chicos era más importante la forma que el fondo, y se negaban a escuchar, más pendientes de la salida a comer sushi después de clase, que de aprovechar el tiempo de formación.

Salir de aquel semestre fue una tortura, no importaban mis esfuerzos, nunca iba a satisfacer a aquella generación ingrata a la que mi experiencia incomodaba, y que se congraciaban con descalificar docentes, curiosamente personas a quienes yo apreciaba y sabía grandes profesionales.

Pero como la vida me ha enseñado a no darme por vencida, continué en la docencia, esta vez con alumnos de bachillerato, que no eran de mi campo profesional sino de otras carreras, deseosos de conocer sobre mi ámbito, la Comunicación. Esta vez fue un deleite, ¿por qué?, me atrevería a pensar que por las expectativas que tenían dichos estudiantes, que lejos de aproximarse a mis clases con lupas en busca de detalles que ellos sentían podían hacer mejor, los estudiantes esta vez llegaban a mis clases con ilusión por un nuevo campo profesional, y deseosos de aprender.

Cada vez más jóvenes, y cada vez más ancha la brecha entre generaciones, aquel grupo de estudiantes se convirtió ya no en un reto, como los del curso anterior, sino por el contrario en una inspiración. Las horas que dediqué a ese curso no se remuneran económicamente, pero sí se pagan con la satisfacción de la apertura que percibí. Llevé muchos invitados, les hice clases que a mi criterio eran dinámicas, que los retara, que los sacara de la zona de confort, y los pusiera a pensar.

Toda esta antesala de contexto me lleva finalmente a presentarles el tema en cuestión. No es que entre generaciones haya necesariamente incomprensión, sino que es en ese intercambio de expectativas que pueden o no entenderse.  

Recuerdo la primera clase en que les pregunté por qué medios se informaban y las respuestas en su gran mayoría giraron en torno a Instagram, Twitter, páginas de memes y Facebook. Que su contacto con las noticias fuera porque los papás encienden el televisor a la hora de almorzar, o porque mientras permanecen en el gimnasio las ven de rebote, me resultó aterrador.

Inculcarles el hábito de informarse, fue mi aspiración, curiosamente resultó más fácil de lo que pensé, y bastó con asignarles el seguimiento a fuentes afines a su campo profesional, para que me sorprendieran semana a semana con sus hallazgos.

El promedio de dicha generación rondaba los 23 años, yo en mis 43, lejos de concebirme como “la señora”, me sentí tremendamente identificada con las ansías de conocer de mis alumnos. Curiosamente el target al que me dirigía era amplio, los había de 19, pero también de 32 y hasta de 42.

Sé como comunicadora de la importancia de segmentar nuestro target, ¿pero es acaso la edad lo importante?, ¿no será más bien la actitud?

Hoy finalizo 11 lecciones con un grupo que me devolvió el gusto por la docencia. Restan cuatro clases más, las cuales impartiré ya no a los 30 estudiantes, sino a grupos de 3 a los que mentorearé en su trabajo final. ¡Cuánto trabajo adicional dirán algunos!, pero no, son sus propias marcas personales las que modelaré, ayudándoles a desarrollar “pilotos” de productos gráficos y audiovisuales con que  responderán a sus objetivos de comunicación de temas muy variados, mismos que ellos eligieron y que estoy segura desarrollarán con pasión, porque el curso fue su elección y no una imposición académica curricular.

Cierro estas líneas confirmando lo que sentí en aquella primera ocasión hace una docena de años ¡me encanta enseñar!